Cuando nacemos rebeldes e indómitos, la palabra “obedecer” nos cuesta, me pongo en primera persona, queremos tener el control de todo, queremos manejar, queremos querer cuando queremos y no cuando toca, no sabemos esperar, esa es la cruz de los “dominantones”, todo pérdidas, se lo digo yo.
Cuando yo trabajaba en el Mesón de Cándido, oía decir a los camareros mayores, que El Mesonero, tipo listo donde los hubiere, tenía una habilidad muy especial, “hacerse el tonto”, y que difícil es esto, “estar todo el día con el capote largo”, pagar 5 y percibir que has cobrado 6, eso solo está al alcance de muy pocos.
Hoy me propongo a mi mismo este reto, OBEDECER. Dice El Padre Rafael, del Hogar de la Madre, que el que no sabe obedecer, no será humilde nunca. Sin humildad, habremos perdido la vida, Y digo perder en el amplio sentido de la palabra, digo perder, como no llegar a obtener todo lo que podemos recoger de este maravilloso juego llamado vida.
Los que no obedecemos, somos unos tontos a las 3, unos acomplejados, unos miedosos, unos imbéciles. Obedecer es servir a fin de cuentas, es dar, es dejar de intentar dirigir lo indirigible, creo que la profundidad de “obedecer” es el descubrimiento, y por lo tanto regalo más grande que el jefe me ha hecho en los últimos días.
Primer libro de Samuel 15,22
Samuel contestó: —¿Quiere el Señor sacrificios y holocaustos o quiere que obedezcan al Señor? Obedecer vale más que un sacrificio; ser dócil, más que grasa de carneros.