Cuando escribo, trato de reflejar siempre una historia personal, una experiencia, un testimonio; luego, lo único que hago es sacar mis conclusiones a modo de reflexión. Ayer, me decía mi amigo Gabriel la frase del titular de este post, me pareció tan tremenda, que no puedo dejarla pasar.

Antes, no hace mucho, en mis tiempos de mucho pecado, yo no entendía la pobreza de espíritu, pero ahora, cada vez doy más valor a esta cualidad, es solo para los elegidos. En la vida solo tenemos lo que damos, lo que nos quedamos, lo perdemos. Es muy difícil llegar a este estado de proximidad con Dios, muy difícil. Es duro renunciar a los apegos y a las cosas de aquí, pero el que lo consigue, alcanza la verdadera libertad, ahí estamos algunos.

Ayer también me decía mi amiga Isabel, por qué somos a veces ángeles y a veces diablos, y mi respuesta fue esta:

  • Dios nos dio el libre albedrio, y por ello la libertad de elegir, ¿qué hay más grande que tener la libertad de elegir?. La salvación y la perdición está en nuestras manos.

¡Qué poquito hace falta para ser feliz!, pero nos complicamos la vida con cosas que lo único que hacen es echar peso a la espalda, nos hace ir más lentos, nos hace no ver con claridad, porque cuando nos ponemos las gafas de lo superfluo, se vemos lo esencial, y se nos olvidará ser felices.

Los que me conocéis bien, sabéis que siempre digo que menos es más, así que aquí me quedo por hoy, pero recuerde este pensamiento, la riqueza separa, la pobreza une. El que tenga oídos que oiga.

Buen día.