No conviene sentarse en una silla demasiado cómoda nunca. Decía Luis Martín, del que ya he hablado en alguna ocasión, que cuando eres director de un medio de comunicación, la gente te quiere por el cargo y no por tus valores personales o profesionales, las invitaciones a eventos y saludos de la mayoría de la gente no son a ti, sino al cargo. Creo que es un poco lo mismo que les pasa a los políticos, les criticamos mucho, pero si pasan al lado sonreímos y bajamos la cabeza, “por si acaso”, pero no es a ellos, sino a su cargo, estamos llenos de miedos.

El post de hoy versa sobre la necesidad de sentarnos en sillas incomodas, es la metáfora que quiero utilizar para contar y transmitir que siempre es mejor estar y sentirte de paso y sustituible, que creer que algo es para siempre, eso es una idolatría. El desapego, el soltar lastres de nuevo es lo único que nos da la libertad, pero claro, eso cuesta, porque nos quita la “falsa seguridad” que la sociedad nos hace creer.

En la vida no hay nada para siempre, lo sé bien, podrías haber muerto en varias ocasiones y sigues aquí, como es mi caso, y una persona que no hizo ninguna acción de riesgo ya no está entre nosotros o vive con una invalidad que le condiciona toda su vida, como la pasó a mi media naranja.

Dijo mi amigo Ceci en la misa del domingo:

– Tenemos un regalo que es la vida, y erróneamente pensamos que es algo ya nuestro, inexpugnable, inalterable.

Es cierto, todo depende de El Jefe, absolutamente todo, todo nos lo da él, y todo nos lo quita él.

Sentémonos en sillas duras, todo pasa, y el futuro y pasado no sirve, porque como digo en el último libro “A veces ángeles, a veces diablos”, el tiempo es una farsa.

Que tengáis un buen día…

Libro de los Macabeos 7, 36

Mis hermanos, después de soportar ahora un dolor pasajero, participan ya de la promesa divina de una vida eterna; en cambio, tú, por sentencia de Dios, pagarás la pena que merece tu soberbia.