Hace unos años, mi hermano Alberto me hablaba de que le habían ofrecido un fondo de inversión en Mónaco que rentaba un 8%, también y creo recordar, que por aquellos días se producía el intento de recapitalización de la Nueva Rumasa, que sin garantía ninguna y sin el visto bueno de la CNMV, ofrecían un 6% de rentabilidad. Mi vida laboral por aquel entonces, transcurría en Radio Intereconomía, es decir, todo el día oyendo por los pasillos y en la propia emisora a diferentes analistas financieros y bursátiles de todo el mundo, con lo cual, yo sabía que tanto lo de Mónaco, como lo de Rumasa, eran dos “negocios muy dudosos”.

Hay una frase que define muy bien estas situaciones y que en estos días es bueno que la tengamos presente, yo también, es la siguiente:
Hay timos que parecen negocios y negocios que parecen timos.
La publicidad tiene el fin de atraer, es como un escaparate, pero si algo es muy fácil, demasiado fácil, ¡Cuidado!, piense en la frase que da título al post de hoy.

Hay unos límites en el mundo de la publicidad, que conviene no pasar y es, cuando el marketing se come al producto.

Que sea atractiva la oferta, es algo obligado para cualquier publicista, pero si cruzamos la línea de la honestidad, ya no se puede volver atrás, es como poner un trozo de mierda delante de un ventilador y poner en marcha el dispositivo eléctrico, luego es imposible de recogerlo y nuestra credibilidad en el mercado quedará tocada gravemente.

Todo lo que es bueno, todo lo que lleva implícito calidad de verdad, todo lo que cuesta, nunca es caro; por mucho que cueste. Un buen abogado nunca es caro, un buen médico nunca es caro, un buen mecánico nunca es caro, y así un largo etc..
Carta a los Colosenses 3,5

Así pues, mortificad todo lo vuestro que pertenece a la tierra: fornicación, impureza, pasión, concupiscencia y avaricia, que es una especie de idolatría.