Mi hermano tiene una frase brutal, es una de esas frases que se te quedan grabadas para siempre desde la primera vez que la oyes. El dice, que muchas veces queremos creer, que aquellos que tenemos delante de nuestros ojos, son más tontos que nosotros, o dicho de otro modo, no hay conversación de dos, que no tengamos la necesidad imperiosa de terminarla nosotros.
¿Por qué?
Necesitamos alimentar al ego, alimentar al pesonaje, alimentar al diablo que llevamos dentro, sobre todo, cuando cuando hemos perdido la calma, esa calma que nos hace ser prudentes y callar, esa calma que nos protege de mirar y juzgar, de hablar y herir.
Soy Cristiano, y lo primero que hago al entrar en misa es pedir perdón, siempre tengo algo pendiente, y cuando me pongo a conversar en mi mente con el «Gran Jefe» y le pido esa calma que da la paz, y él siempre me dice lo mismo:
– «Cuando te separas de mí, ya has pecado, puesto que yo ya no puedo ayudarte, ya no puedo protegerte. Te di la libertad y eres tu el dueño de tu voluntad ¿qué más quieres?».
Llevandolo a lo terrenal, hay una frase típica que oí decir en un programa de cocina y decía lo siguiente:
«No todo mejora el plato, y lo que no mejora el plato, lo empeora».
Pues esto también se puede aplicar a las conversaciones vacías, cuando hablamos, es difícil aportar algo sin criticar, o sin enjuiciar. Cada día tengo más claro que el silencio es un arte, un arte reservado a los sabios naturales, esos que recibieron la «Gracia de la calma y la paz interior», pero para el resto, entre los que me incluyo, solo nos queda seguir trabajando en ello, aunque los que tengamos enfrente no comprendan porque callamos una y otra vez.
«Los necios, cuando callan, parecen sabios»
Angel Escribano Gómez
23/02/20