Esta mañana he pasado una mañana con un amigo de esos que mantienes más de 30 años, de los que primero, conoces en el instituto, a los cuatro años pincha en tu discoteca, veinte años después corremos juntos en los circuitos de este país, al poco, te llama para pilotar en los eventos de su empresa, en definitiva, es un tipo especial, de esos que compartes sueños y miserias con la misma sinceridad, de esos con los que hablas a calzón quitado.
La lección que este maestro me dio hoy fue la siguiente:
Es una lección doble, una directa y otra por deducción. La primera es que la innovación requiere mucho esfuerzo y dinero, que, «en la mayoría de los casos», el mercado no paga, y sin embargo, la competencia te copia en dos segundos y al poco de terminar de realizar el doble mortal lo que a ti te ha costado un mundo.
Pues, es que no tengo más que darle la razón, te vuelves loco, te descalabras la cabeza, y al final, viene la competencia y pissss, te copia, vamos, eso que han hecho los asiáticos muchos años sobre otros países que poseían más innovación que ellos.
Innovar cuesta mucho, a veces demasiada, y digo yo, con lo fácil que es copiar una receta y hacerla cientos de veces, al final, igual nos sale con un punto personal, que ya solo con eso, la hacemos distinta y hemos innovado.
¿Cuál fue la segunda lección?:
- Que para copiar, también necesitas dinero, es decir, todo cuesta, innovar y copiar, así que, tener el cesto lleno siempre te da una vida extra.
¿Cuántos años se llevan fabricando los botijos?
Bye