Qué la vida es lucha, es una obviedad, darnos cuenta de ello, no tanto. Nos pasamos la vida peleando entre lo espiritual y corporal, o dicho de otro modo, entre la soberbia y la humildad, dos puntos opuestos del la misma línea. La pregunta sería: ¿Dónde estamos hoy dentro de esa línea?, aunque esta pregunta solo nos la hacemos el día que nos sabe la boca a hiel.
Me atrevería a decir que todos nacemos en el punto medio de esa línea, o por no ser radical y más justo, diría que casi todos partimos de zona templada, pero el entorno en el que nacemos y los acontecimientos que nos suceden a edades tempranas, hacen que enseguida nos movamos de una manera sutil, casi sin darnos cuenta a la zona dura, a la zona de lo corporal y la zona de la soberbia, es como si la línea no fuera del todo horizontal, es como si una pequeña inclinación nos hiciera ir casi sin esfuerzo hasta esa parte que nos vacía de lo bueno y nos llena de lo malo.
No todos maduramos a la misma edad, pero un buen día, ese, en el que nos damos cuenta de nuestra impotencia humana, nos damos cuenta de que estamos demasiado lejos de esa zona templada.
Es curioso que lo que nos hace humanos, nos acerca a lo divinos, ya que solo el dolor percibido desde los sentidos corporales nos hace buscar otra vía a las usadas hasta ese momento para reconciliarnos con nosotros y con los demás, buscando, primero, encontrar el origen o la raiz de la herida, posteriormente, poniendo en marcha acciones y mecanismos que nos ayuden a enmendar los desaislados, y por último, perdonándonos a nosotros mismos de los errores cometidos.
Oí decir una frase que se la atribuyen a Santa Teresa de Jesús:
Solo un alma “verdaderamente humilde”,
está a salvo de las tentaciones.
Verdaderamente humilde, menuda frasecita, puff. Ahí está la parte práctica de este artículo, esa es la tarea que tenemos delante y que la podemos resumir en estas ideas: la entrega a los demás, el abandono de uno mismo, la renuncia de las apetencias e incluso a la voluntad propia, todo ello hace que la balanza se incline de nuevo hacia lo espiritual, lo divino, lo eterno.
¿Cuánto dolor aguantamos antes de decidir cambiar el paso?
Mucho, tal vez demasiado, pero a la vez pienso, ¿tal vez no será ese dolor la poda del árbol que necesita ser renovado?, aguantemos pues la poda, es el peor momento, el de la renuncia, el de no hacer «nuestros planes», el de poner en el centro al otro.
Buen día de la Inmaculada Concepción.