Esta era la frase que un colaborador de una de las empresas para las que trabajo me hacía llegar al terminar nuestra conversación. Lo que ocurre, y no piensen mal, es que este colaborador es una de esas personas que te encuentras por la vida y que han elegido ser felices y generosos.
Les contaré con un poco más detalle lo que pasó.
Ayer, fue uno de esos días en los que, por la naturaleza de mi trabajo como consultor, toqué más temas y más empresas de las deseadas, además, al cargar más el carro de lo que los burros pueden, trabajé todo el día en superficie y sin demasiada calidad en vez de en profundidad, que es como se debe de hacer, ¿resultado? fuego cruzado constante y un stress autogenerado por mí mismo.
Cuando trabajamos así, es decir, cuando por las circunstancias del día o incluso por el propio estado de ánimo te ves envuelto en una bola de nieve como esta, y además, necesitas sacar trabajo estratégico si o si, el tener personas generosas y con buena actitud a nuestro lado, es una bendición.
Y eso es lo que pasó.
La mañana se me hacía bola, y no me quedó más remedio si quería se eficaz para la empresa que me paga que llamar por teléfono a uno de sus colaboradores, una de esas personas especiales con las que te cruzas por la vida, ya que, ante mi petición urgente y concreta sobre el envío de un proyecto a un cliente, no solo lo envió con una velocidad 5G, sino que me envió un WhatsApp al móvil para contrastar que la información había llegado correctamente.
Claro, ante este tipo de situaciones, podemos hacer dos cosas, seguir corriendo y pasar por alto este tipo de actitudes, o parar un segundo y dar las gracias, y además hacerlo de corazón, agradeciendo su actitud siempre generosa y amable. En este caso, opté por lo segundo, a lo que este colaborador en todo jocoso y amable me mandó un mensaje de audio diciendo: – “Oye, no me hagas la pelota”.
Pero la realidad es que muchas veces se nos olvida que el primer cliente es el compañero de mesa.
Buen día