Este post está escrito desde el dolor que surte al reconocerme débil. Pero es un dolor sanador, purgante y esperanzador. Hoy sé, que solo se encuentro la calma, ese bien frágil y endeble premio, cuando me entrego, cuando caigo derrotado, cuando confío en Dios y dejo de intentar controlar, tener o desear algo o a alguien que no me pertenece por derecho.
Creo que un síntoma claro de que hemos perdido la calma es “la mentira”, cada uno sabemos bien lo que es mentir, porque se miente de muchas maneras: ocultando información, desviando la atención, haciéndonos “los suecos”, justificando lo injustificable, etc…
Te levanta y piensas; ¿cómo estoy hoy?, ¿no estoy en paz? ¿no tengo calma?, pues voy a intentar no mentir, pase lo que pase, y ahí comienza un nuevo camino. Da vértigo, crees que te caerás por el precipicio, pero es solo una ilusión óptica, porque no es que te vayas a caer, es que empiezas a ver el precipicio por el que íbamos caminando siempre pero no veíamos, y en ese precipicio hemos tirado a padres, hermanos, amigos, compañeros de trabajo y conocidos, vamos, a todos los que se acercaron a nuestra vida.
¿Qué tiene que ver esto con las ventas?
Todo. Vender es hacer ver una realidad a otra persona que no conocía, pero esa esta nueva realidad puede tener una vida larga o corta, vender es fácil, hacer clientes muy complicado, y esta complicación está fundamentada en la “confianza” que sientes cuando hablas con otro.
Si estás acostumbrado a mentir y manipular, se nota, si por el contrario te empiezas a acostumbrar a humillarte, a callarte, a escuchar y a decir verdad cuando te apetece decir mentira, entonces se produce el milagro y la gente cree en ti y en lo que dices.
Vivimos en comunidad y necesitamos de los demás siempre, cada minuto fabricamos la vida que tenemos, y aunque siempre hay un factor indeterminado lo que pensamos y lo que hacemos está bien determinado y dirigido por nosotros, ahí no le podemos echar la culpa al empedrado.
Buen día y os animo a seguir peleando, es lo que nosotros sí podemos hacer.