Estos días, solo me vienen a la cabeza dos palabras, egoísmo, y humildad, o sea, pecado y redención.

Cuando pienso en el egoísmo, pienso en todo lo que hemos hecho a lo largo de nuestra vida y en las decisiones tomadas, en las que, en el centro, solo estábamos nosotros; nuestra vanidad, nuestra autocomplacencia, nuestro placer, nuestro miedo, y sobre todo ello, una gran falta de respeto al patrimonio que nos habían entregado los mayores.

Ahora, nos tenemos que quedar en casa, en familia, hablamos más que nunca con los que antes apenas teníamos roce. A todos, en mayor o menor medida, nos van a ajustar la cintura, una nueva forma de vida se está abriendo paso entre nosotros. La humildad, que antes era solo una palabra lejana, ahora se va a hacer presente en todos los sectores y estratos de la sociedad. Volver a ser humanos, volver al origen, volver al Padre.

Un día, no hace muchos meses, describía en un artículo cómo veía las iglesias en el futuro, se volverían a llenar, de hecho, es una conversación hablada varias veces con el párroco de mi pueblo, y es que estábamos al filo de lo imposible, y de tanto ir el cántaro a la fuente, el cántaro se rompió.

Tenemos, ni más, ni menos, lo que nos merecemos. Si escuece, es que está empezando a curar, porque la cruz pesa, siempre pesa.  Así que, igual que cuando se va al colegio por primera vez, ahora toca sentarnos, atender y aprender de los que más saben, que no son los que más tienen de cosas materiales, sino los que saben y practican de valores, esos serán los guías del futuro.

Buen martes.